Independientemente de la naturaleza del cargo, y sin importar su carácter ya sea público o privado, existen ocasiones en que se realiza el nombramiento a cargos por el llamado “amiguismo” o “compromisos”, que genera una figura meramente representativa y sobre todo que el trabajo lo terminan haciendo los asistentes o técnicos en la materia, por lo que solo se requiere a alguien socialmente aceptable que se encargue solamente de firmar.
Cabe destacar que no es la actitud más correcta a la que
debe allanarse la persona que sume o acepta un cargo, sin perjuicio de la
negligencia del o los entes nominadores de asignar a una persona incompetente,
o la responsabilidad moral y ética al no declinar sabiendo que no está preparado
para ese trabajo.
Hay quienes aceptan un cargo con la finalidad única de
rellenar su curriculum vitae, y sin el mayor compromiso serio de ejercer
arduamente el noble servicio que se le ha confiado. En definitiva, la
importancia de una persona que ocupa un cargo de relevancia política o social
va mucho más allá de lo meramente protocolar. Existen cuatro factores para
considerar candidatos correctos: filosóficos, de servicio, funcional y de
sentido social.
El
factor filosófico va de la mano con el pensamiento y la ideología propia que
pregona o que le es consubstancial a la persona nominada. De hecho, es el
elemento que determinará cuáles son los valores y principios que formarán su
gestión. Entonces, siempre que estos elementos guarden relación con el tipo de
institución que representaría, tendríamos un primer paso.
Debemos
considerar el factor o la vocación de servicio. Las autoridades no están
instituidas para ser servidas, si no para servir, máxime cuando se trata de un
mandato. Entonces, quien ocupa un cargo debe ser el primero que llegue a la
oficina y el último en irse. Debe velar personalmente por la excelencia y
bienestar de su personal, y todos los servicios que brinda su institución
El
factor funcional va de la mano con la competencia del servidor y con el
seguimiento que hace a su gestión. La persona que ocupa un cargo debe ser experta
en el tema y ser capaz de responder a las necesidades que se presenten. Por
ello, su diligencia solo será posible en la medida en que tenga conocimiento
pleno de la totalidad de los negocios a su cargo.
Por
último, factor social y político. Si la cabeza es mediocre o deficiente, la
percepción de inseguridad y de orfandad da como resultado la debacle social.
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